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cientos de vendedores ambulantes, á quienes permitió libre entrada el Jefe republicano. Semanas hacía que los sitiados casi tenían en olvido el pan, la leche, la carne de res, las verduras, la fruta, los tamales y las tortillas, y excusado parece decir con cuánta ansia sería todo ello buscado y devorado por estómagos ahitos de tortillas de almidón y de garbanzo, pastas de frijoles, galletas, carne de caballo, de perro y de gato, y cien inmundicias ó indigestas ó repugnantes. Pero por más que todos aplaudieran la hidalga conducta del ameritado primer jefe, por más que mucho se animase la ciudad con la entrada en ella de numerosas familias que, siendo sus habituales moradoras, habíanla abandonado en el curso del sitio para ir á residir en los pueblos de los alrededores, nada pudo quitarle el aspecto verdaderamente triste y pavoroso que había tomado desde la noche del 20. En cumplimiento de su deber, el nuevo Jefe Político, D. Juan José Baz, había llenado las esquinas de bandos que ordenaban la presentación ante las autoridades, de todos cuantos hubiesen desempeñado cualquier empleo ó comisión del llamado Imperio: el término señalado para esas presentaciones era de veinticuatro horas, pasadas las cuales, cuantos no hubiesen obedecido el bando serían considerados como aprehendidos con las armas en las manos y castigados con pena de muerte. En el término de cuarenta y ocho horas debían las comunidades religiosas desocupar los edificios que las albergasen, y éstas y otras disposiciones de menor cuantía, pero todas dolorosas ó mortificantes para los míseros vencidos, iban acompañadas de conminaciones de durísimas penas para los rehacios ó desobedientes.

Los edificios de Santa Brígida, de la Antigua Enseñanza y algunos otros, viéronse bien pronto poblados de personas del partido caído, las más de ellas de las más elevadas clases sociales, y sus familias, en señal de duelo, quizá en son de muda protesta, vistieron negros trajes, y, por donde quiera, apenas veíanse más que señoras de riguroso luto.

El jefe republicano pareció no dar importancia á esas y otras manifestaciones de aflicción y despecho, que después de todo acusaban la meritoria enérgica independencia del carácter nacional, y en cuanto estuvo en su mano fué generoso y clemente con la multitud de los detenidos en las improvisadas prisiones, que más que cárceles políticas semejaban hoteles en que sus forzados habitantes no carecían de cosa alguna, ni aun de las visitas y compañía de sus amigos, allegados y familiares. Cuantas disposiciones se juzgaron necesarias para mantener el orden más perfecto y dar las más latas garantias á personas y propiedades, otras tantas fueron dictadas por el Gral. Díaz, y para tener á raya á los poco educados, prohibiéronse la introducción y venta de pulque, cerveza y licores, los juegos de toda especie, la portación de armas, el intentar daño alguno contra los edificios.

públicos ó particulares, etc., etc., y nadie estorbó que las alacenas de los Portales de Agustinos y el Refugio se convirtiesen en expendios de tarjetas fotográficas de retratos de Maximiliano, de sus generales muertos con él, del Cerro de las Campanas, del chaleco y las ropas que el Príncipe llevaba al ser fusilado, del coche que le condujo al suplicio, de los soldados que le ejecutaron, de ciento y una alegorías que le representaban como un mártir ó como una víctima....

A los ocho días de ocupada la ciudad, el Teatro Principal abrió de nuevo sus puertas, poniendo el viernes 28 la comedia en tres actos La Africana y la zarzuela en uno El Niño: el sábado dió, Para mentir, las Mujeres y La Cola del Diablo, y el domingo Otro gallo le cantara. En la Compañía figuraban Mata, Morales, Padilla, Servín, la Cañete, Rosario Muñoz, Josefa García y otros gloriosos restos de ya viejas empresas, con algunos elementos más jóvenes como Rita y Ana Cejudo y Concha Méndez, por entonces en todo el esplendor de su gracia y su belleza.

El 5 de Julio esos apreciables artistas pusieron en escena la comedia Por derecho de conquista, y Máiquez ejecutó el baile inglés, trayendo en cada pie seis cuchillos. En un entreacto la Compañía cantó el Himno Nacional, y poniéndose en pie todos los concurrentes, una nifia presentó al C. Gral. Porfirio Díaz una primorosa faja, regalo de varias señoras, y expresión del agradecimiento de la Capital al ilustre y moderado jefe republicano. En ese momento la simpática Ana Cejudo dió lectura á una composición del poeta español D. Sebastián de Mobellán, de la que tomo las siguientes quintillas:

"General, al verte ahí
libre late el corazón,
porque tu nombre es aquí
emblema que lleva en sí
las glorias de esta nación.
"Oaxaca te vió temido
y Puebla te vió venciendo,
y vencedor ó vencido
tu bandera es la que ha ido
ó conquistando ó rindiendo.
"México vió tus legiones
en sus afanes prolijos,
y al saludar tus pendones
exclamó: con tales hijos
no se pierden las naciones.

"....Ciñe esta faja de honor

que las damas mexicanas

ofrecen á tu valor,

y sea el blasón mejor

que honre en la vejez tus canas.'

La función del día 7 estuvo dedicada al Gral. D. Vicente Riva Palacio, y en ella se dieron las comedias Una nube de verano y Abrame usted la puerta.

Al día siguiente, lunes 8 de Julio, México presenció un terrible y repugnante espectáculo. Por una cobarde denuncia, cuyos pormenores no recuerdo, á las seis de la mañana fué descubierto y aprehendido en la casa núm. 6 de la calle de San Camilo, el General Imperialista D. Santiago Vidaurri, y conducido con una fuerte escolta al edificio de la Diputación ó Casas de Cabildo ó de Ayuntamiento.

En las mismas tertulias de que no ha mucho hablé, conocí á aquel infeliz anciano, que á mediados de Marzo habíase presentado de improviso en la Capital, revestido de plenos poderes del Emperador para gobernar en su nombre como Presidente y Jefe del Ministerio. El Gral. D. Leonardo Márquez no quiso respetar esos poderes y entró con Vidaurri en agrias contestaciones, que terminaron imponiéndosele aquel y retirándose del gobierno el segundo, pero ya bastante tarde para que le fuese posible salir de la ciudad, tenida en estrecho sitio por D. Porfirio Díaz.

Pocas veces se habrá visto un hombre más decepcionado de la política que Vidaurri: el progreso de la resurrección de la República, y las catástrofes de la Intervención y el Imperio, teníanle anonadado, y en su pintoresco lenguaje de sencillo ranchero, cuántas tristes confidencias me hizo en aquellas tertulias, concluyendo siempre con manifestarme su ansia de poder escapar del riesgo en que se veía, "para ir á radicarse en las provincias andaluzas y adquirir allí un cortijo, y en él morir consagrado á los trabajos de campo que, en mala hora, decía, había abandonado, para tomar las armas como tantos y tantos ciudadanos contagiados de la fiebre de guerra civil, que más que el cólera de 1833 había diezmado la República."

Su mala suerte no le dejó cumplir sus deseos: Márquez, más comprometido aún en las cosas imperiales, logró escapar de México, dícese que después de haber estado varios días oculto en un nicho del cementerio de los Angeles; Vidaurri fué denunciado, descubierto y aprehendido, según dije, cumpliéndose en él la espantosa amenaza del bando de 21 de Junio, que imponía pena de muerte á quien no se presentase voluntariamente á las autoridades, debiendo hacerlo por haber servido al Imperio. El infeliz anciano, envejecido en las guerras, no alcanzó el honor de perder la vida en un campo de batalla, y en el mismo día de su aprehensión fué sacado de las casas del Ayuntamiento y conducido en el coche de sitio núm. 20 á la Plazuela de

Santo Domingo: allí, frente á los derruídos paredones que ven al Oriente y casi donde hoy se abre la puerta de la capilla del Señor de la Expiración, como á las cuatro de la tarde fué fusilado por la espalda dicho Gral. D. Santiago Vidaurri, con lujo de crueldad.

El Boletín Republicano, primer periódico liberal que se publicó en México, al ser tomada la ciudad por el Gral. Díaz, y que estuvo dirigido y redactado por el distinguido y simpático escritor D. Lorenzo Elízaga, dijo en su número de ese día triste y luctuoso: "No podemos dispensarnos de llamar la atención del ciudadano general en jefe, sobre un hecho horrible é indigno de una nación civilizada y de una causa tan santa como la nuestra: la fuerza que formaba el cuadro tenía su Banda al frente y ésta ejecutaba valses, danzas, polkas y los cangrejos, mientras llegaba el ajusticiado. Después de concluído el momento fatal, la música empezó de nuevo á ejecutar piezas del mismo género, hasta que se retiró al cuartel.”

En esta burla cruel y escandalosa nada absolutamente tuvo que ver el Gral. Díaz, cuyo proceder humano y conciliador, hasta donde de él dependía, le enaltecerá siempre, y debe ser visto con orgullo y satisfacción no sólo por él, sino por todo mexicano y por cuantos amen á México. Yo fuí testigo de ello, y más de una vez encuentro extraño no haberlo visto elogiado al par de sus gloriosos hechos de armas, á los cuales quizá supera en mérito, pues ser y mostrarse clemente y humano en aquellos días en que la prensa y los exaltados vociferaban como energúmenos contra los traidores, sin tener en cuenta las desgracias y la aflicción de innumerables familias, sólo podía hacerlo un grande y valeroso carácter como el que el Gral. Díaz demostró tener. Quizá como entonces el digno jefe no alcanzaba la prosperidad que ha recompensado después sus méritos, pocos de sus entusiastas de hoy se imaginan que desde allí comenzaron sus grandes cualidades para merecer la suprema autoridad. Atendiendo la generosa denuncia de El Boletín Republicano, periódico que fué el primero que en ese mismo año de 1867 le postuló, contra el mismo D. Benito Juárez, para la Presidencia de la República, el Gral. Díaz mandó abrir una averiguación y hacer el consiguiente extrañamiento al responsable. Revivo estos sucesos olvidados, no sólo en honor de D. Porfirio Díaz, sino en el de D. Lorenzo Elízaga y del Boletín Republicano, primer periódico mexicano en que yo hice mis inexpertos ensayos como periodista y como poeta.

A las nueve de la mañana del 15 de Julio, el ilustre D. Benito Juárez y con él sus Secretarios y el gobierno liberal, hicieron su solemne entrada en México después de cuatro años y cuarenta y cinco días de ausencia, y en el Gran Teatro Nacional los actores del viejo Coliseo le ofrecieron en la noche del 18 una escogida función, según el siguiente programa: Himno Nacional por los coros de la Opera y

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las actrices del dicho antiguo teatro: Obertura de Guillermo Tell; comedia de Tamayo y Baus, La piedra de toque: paso alegórico, La América libre sosteniendo el Pabellón Nacional, bailado por Isidoro Máiquez y Pepita Pérez: polka, Maria, tocada en el pistón por el profesor Rivas.

Estimo que sin dificultad podrá creérseme que nada me sería tan posible como dar uno á uno los programas de las subsiguientes funciones en nuestro teatro; pero no me parece ni curioso ni necesario para mi objeto. En el repertorio figuraban obras ya conocidas ó nuevas de escaso mérito, pues ó no se escribían mejores en España ó no nos llegaban las buenas. Las más de las veces el público buscaba mejor que los espectáculos dramáticos los más variados con que le atraía Chiarini á su Circo ecuestre de la calle de Gante, con sus Quaglini y sus Romeo y Josefina, su payaso José Camilo Rodriguez, y sus caballos en libertad ó á la alta escuela.

En 25 de Julio, y dedicado á Juárez, la Compañía del Principal puso en escena el drama El Triunfo de la Libertad, original del actor D. Felipe Suárez, que, halagando la fibra patriótica, se hizo aplaudir grandemente. En la noche del 21 se estrenó por la misma Compafía en el Nacional el drama de D. Juan A. Mateos, La Muerte de Lincoln, que según hizo constar el cronista de El Siglo Diez y Nueve, "agradó poco á excepción de algunas tiradas de versos dirigidas á la libertad, pasando desapercibido el resto del drama." En esa noche y en dicha representación, ocurrió un incidente que apoya la exactitud de las indicaciones ya hechas, á propósito de lo exaltados que andaban los ánimos de gente poco ilustrada.

Entusiasmado el vulgo con aquellas susodichas tiradas de versos á la libertad, por más que no se infiriese la relación que con ellos pudiese tener, pidió con descompuesto vocerío que la graciosa Concha Méndez les hiciese oir la impiamente burlesca canción Adiós, Mamá Carlota: desde la entrada en México de las tropas liberales, era popularísima, y venía hiriendo con sus vulgares ritmo y melodía el sistema nervioso de toda persona por medianamente delicada que fuese, y compartiendo esa cargante popularidad que nos hace odiar ciertos comunísimos aires en boga, con una detestable polka, también de esos días, escrita, no importa saber por quién, sobre la canturria de un vendedor ambulante que expendía tierra para las macetas. La bella actriz, que aparte de otros motivos de su fuero interno, tenía el de ser mujer de nobles sentimientos que no le permitían insultar á otra mujer y menos en la desgracia, se negó á cantar el Adiós, Mamá Carlota, y un actor se presentó en las tablas á manifestar que la Compañía ignoraba ó no había estudiado la canción susodicha. "Entonces, dice el cronista de teatros de El Siglo, la concurrencia se dividió en pareceres: unos pedían los cangrejos, otros la Mamá Carlota

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