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ninguna artista antes que ella ha recibido más pruebas del entusiasmo de los mexicanos: hasta los más desdeñosos respecto del género dramático no han podido por menos de confesarse vencidos por el mérito indisputable de la Civili."

Lo copiado basta para hacer constar cómo fué recibida y estimada en México aquella admirable actriz, y á la vez, y por sus virtudes infinitas, santa mujer. Ahora y para no extenderme tanto como yo quisiera y no debo de extenderme, me limitaré á decir cuál fué el orden de las funciones y cuáles fueron las obras representadas por aquella eminente artista.

En 22 de Julio, para la quinta de abono, Las circunstancias; en 25, para la sexta, La Dama de las Camelias; el 27, séptima, La Mujer Adúltera; el 1o de Agosto, octava, Judit; en la novena de abono dada el día 3 no trabajó la Civili; el día 5, décima, Los Amantes de Teruel; en la undécima dada el 6, tampoco trabajó la gran artista; el día 12 se verificó el beneficio de la Civili, con el drama Locura de Amor, declamando, en uno de los entreactos, la agraciada, el Canto XXXIII de El Infierno del Dante. Dióse el 15 la duodécima y última de abono, sin tomar parte tampoco en ella Carolina Civili. El 17 la Compañía se despidió del público, poniendo en función extraordinaria y por segunda vez, Locura de Amor. En la tarde del 22 dió aún otra función, representándose Los Amantes de Teruel.

Refiriéndose á algunas de ellas, decía Altamirano: "En el Gran Teatro Nacional ha seguido la Civili haciéndose admirar en la tragedia y en el drama, particularmente por su habilidad consumada en imitar las horrorosas peripecias de la muerte. En Sor Teresa nos hizo presenciar los últimos momentos de una aneurismática: en Epicaris, la heroína muere atormentada por un veneno preparado por la famosa Locusta, y como los venenos antiguos eran puramente vegetales y de los que llaman los médicos tetánicos, ocasionaban á la víctima una rigidez y un estertor que la Civili imitó con una espantosa fidelidad.

"Sofronia muere de una puñalada que le da su marido, y la Civili reprodujo el grito y las convulsiones que distinguen esta muerte. En la Dama de las Camelias, la heroína muere consumida por la tisis, y la Civili, tanto en la agonía como en todas las escenas del tercer acto, se hizo aplaudir con furor por su ejecución, á pesar de ' que su robustez fisica no podía convencer enteramente de la enfermedad."

De la función de su beneficio dijo el Dr. Peredo en una de sus Revistas Teatrales, después de estudiar, con aquel acierto y ciencia literaria que nadie ha superado, La Locura de Amor del autor insigne del Drama Nuevo: "Justo es ahora consignar aquí que si Tamayo creó admirablemente el personaje de Da Juana, no menos admira

blemente fué interpretado en nuestra escena por la eminente artista, que ya en España y á la vista del autor, compartió con él los aplausos de aquel público. El nuestro hizo justicia al talento de la Sra. Civili, celebrando con entusiasmo y unánimes ovaciones el desempeño de los más notables pasajes. La verdad es que la Sra. Civili en esa noche estuvo verdaderamente inspirada al expresar los diversos afectos que dominan sucesivamente á la protagonista, desde la cólera en su más violento arrebato, hasta la ternura en su más dulce é inefable expresión. Difíciles y numerosas transiciones se ofrecen á cada paso en el papel de la reina loca, pero no pasó una sola que no hubiese sido hecha con toda la intención concebida por el poeta; transiciones que yo de buen grado consignaría en este artículo, si para ello no fuera preciso mencionar todas las escenas en que la eminente artista tomó parte. Su primera salida fué saludada con prolongados aplausos; volaron á sus pies multitud de ramilletes y palomas; fué llamada á la escena repetidas veces, y por último recibió un modesto laurel que los escritores mexicanos le ofrecieron, laurel que á ruego de éstos conservó en sus sienes, mientras tenía al público absorto con la terrible narración de la muerte de Ugolino, escrita por el inmortal Dante, y recitada por la Sra. Civili, que para el efecto personificó á la musa inspiradora del poeta florentino."

Del resto de la Compañía poco puedo decir: toda ella fué extraordinariamente inferior en méritos y facultades á la eminente actriz, y por de contado el conjunto no era bueno, y los defectos de todos y cada uno resultaban pronunciados en parangón con la sublimidad de la primera actriz. Palau fué un mediano actor que sólo en figura estaba bien. Merced Morales y Ana Cejudo disonaban por su escuela tan opuesta á la de la gran trágica italiana: los demás actores de uno y otro sexo, lo mismo los venidos de la Habana que los aquí contratados para integrar aquella incompleta Compañía, hicieron aún peor papel, siempre que tomaron parte en alguna obra del repertorio propio de la Civili. El actor de verdadero valer que con la artista italiana vino, fué Antonio Muñoz, de quien Altamirano dijo: "Este joven actor cómico es en nuestro concepto muy bueno: con su talla pequefiita y su figura simpática, este artista modelo é inteligente sabe sacar ventajas de sus papeles y se capta desde luego las simpatías del público; agrada mucho y hace reír, porque no exagera ni desnaturaliza los tipos con bufonadas de mala ley: como Muñoz debieran ser todos los graciosos." Por de contado, que un actor de su género no era apto para tomar parte en las obras trágicas, de modo que sólò pudo ser útil á la Empresa en La llave de la gaveta, En la cara está la edad, La Casa de campo, Sistema homeopático, Andese usted con bromas, Oros, copas, espadas y bastos, Dos y uno, La cancanomanía y alguna otra obra cómica por el estilo de éstas, que fueron las que en

tonces se representaron para fin de fiesta ó para cubrir las funciones en que la Civili no trabajaba.

Por el mal gusto reinante, por la extraviada afición de la mayoría á los espectáculos zarzueleros y cancanescos, y por lo deficiente del cuadro de la Civili, desde las primeras funciones la concurrencia empezó á escasear y sólo los domingos se veía lleno el Gran Teatro. En las de días no feriados, los concurrentes al patio no pasaban de doscientas personas, y en los palcos eran muchos los vacíos: para honra de ellas, nombraré aquí las familias que asistían al espectáculo en esa preferente localidad; fueron pocas, es verdad, pero á la vez de lo más distinguido é ilustrado, á saber: las de Gutiérrez Estrada, Camacho, Suárez Teruel, Fischer, Priani, Buch, Goytia, Rubio, Mosso, Hornedo, Collado, Gargollo, Goríbar y Pimentel. Todo esto no bastaba para cubrir los gastos de la Empresa, y al final del primero y único abono, la eminente trágica había tenido que empeñar sus alhajas y sus trajes para socorrer á los artistas más pobres y pagar su propia habitación en el entresuelo del Hotel Iturbide, que fué donde se hospedó.

Todo esto me consta porque, amigo de ella desde Madrid, me dispensó la confianza de que yo interviniese en esos sacrificios y en el reparto de su producto, y mil veces la sorprendí postrada ante el pequeño altar improvisado en su cuarto, pidiendo misericordia á la Virgen, pues Carolina Civili era extraordinariamente creyente y jamás salía á la escena sin haber hecho antes la señal de la Cruz sobre su busto, magníficamente hermoso. Nunca, sin embargo, derramaba una lágrima: en las mayores penas y aflicciones, y las tuvo muy grandes, pues además de la pobreza, su marido, al cual idolatraba, menos valeroso que ella se afligió con el fracaso hasta enfermarse gravemente, la Civili se erguía como la mujer firme, acentuaba su seriedad habitual y convertíase en la estatua de la más impasible resignación.

Para colmo de amarguras, no faltaron periodistas que osaran poner en tela de juicio su talento y grandes dotes artísticas, originándose de ahí una polémica que terminó en un desafío entre dos de los más apasionados contendientes; por fortuna, nada adverso hubo que lamentar; pero el lance entristeció profundamente á la artista y la hizo exclamar: "¡Cuán desgraciada soy! ¡Mi talento no sirve para que nadie viva de él y pudo haber causado la pérdida de una vida!" Sobre esa innoble guerra á la eminente artista, Altamirano dijo en una de sus crónicas: "Decididamente, el arte dramático está en eclipse; no tenemos inconveniente en confesarlo; la vergüenza no es para nosotros. A propósito, comienzan ya á aparecer artículos con el objeto aparente de censurar á la Civili, pero con la verdadera mira de desprestigiar el espectáculo dramático. Si fuésemos á combatir esos

artículos, nos sería fácil demostrar que la pasión los ha inspirado juntamente con el deseo de que no domine por ahora en la escena mexicana otro espectáculo que el corruptor de la zarzuela y del Cancán. Tan cierto es esto, que hemos venido observando, desde hace días, síntomas raros y singulares de la inclinación del público. Por ejemplo, la otra noche la orquesta del Nacional tocaba un potpourri musical compuesto de retazos de óperas y zarzuelas: el público oyó en silencio los bellos trozos de Fausto, Hernani y Trovador, pero cuando la orquesta comenzó á tocar la marcha, galopa, ó el diablo sabe qué, del segundo acto de los Dioses del Olimpo, que no es más que un Can-cán, estallaron mil aplausos en el salón, y todos los espectadores se volvieron del lado donde la Gómez, la cancanera, estaba sentada en un palco, y la saludaron con entusiasmo frenético: la orquesta tuvo que repetir el Can-cán."

Al dar cuenta de la conclusión de los trabajos de la eminente trágica; el mismo escritor añadía: "Nosotros que hemos sido los primeros en apreciar su talento, le damos el saludo de despedida más cordial, le deseamos que siga recogiendo en su carrera abundantes laureles, y sentimos que el público mexicano, enamorado hoy de otros géneros teatrales, no permita permanecer más tiempo entre nosotros á la hermosa y hábil artista."

Con el mismo motivo dijo á su vez el experto crítico D. Manuel Peredo: "La Sra. Civili se ha despedido ya del público mexicano; pronto se despedirá también de nuestra tierra y de los numerosos y sinceros amigos que en ella deja. Considerada como artista, no vacilo en darle por última vez la calificación de eminente, en lo cual, si me he engañado, si exagero, exageración y engaño sería éste del que han participado cuantos acudieron á admirar su talento. La mayor ó menor afluencia de espectadores, no arguye en pro ni en contra del mérito de los artistas: afluencia y grande ha habido siempre en los jacalones de D. Chole y el teatro de América. Pero el aplauso entusiasta y unánime, las ovaciones espontáneas de ochocientas ó mil personas de la clase más ilustrada de la sociedad, eso sí arguye en pro del talento y del mérito, y esas pruebas palmarias sí las recibió la Sra. Civili desde la primera noche hasta la última; no recuerdo yo haber conocido en nuestros teatros á otra artista á quien se hayan tributado como á la Sra. Civili, los honores de la llamada dos y tres veces en cada función y casi al final de cada acto; si el público es juez competente, si su fallo es el único aceptable, á él me he atenido y me atengo, y con él me escudo cuando rindo el tributo de mi admiración á la artista celebrada y aplaudida por el público de mi país. Consigno aquí los anteriores hechos, de cuya verdad pueden responder cuantos han concurrido últimamente al Nacional, y los consigno para que la distinguida artista extranjera que nos honró con su visi

ta, conserve un recuerdo grato de México, tan grato como lo es el que á su vez deja en quienes supieron admirar su talento artístico, y apreciar sus relevantes prendas personales."

Puesto que mi libro, reseña sólo la historia del teatro en la Capital, únicamente me queda por decir respecto á Carolina Civili, que detenida en México por enfermedad de Palau, fué solicitada para algunos teatros del interior, en el que hizo una breve campaña artística á partir del 27 de Octubre del citado año de 1869.

CAPITULO VII

1869.

En la noche del 22 de Agosto de 1869 se dió en el Nacional una función notable á beneficio de la viuda del Maestro mexicano D. Octaviano Valle, en la que después de la pieza Asirse de un cabello, siguió un concierto en que tomaron parte Rosa Mendoza y los alumnos de la Sociedad Filarmónica, la Zamacóis, que cantó una aria de Semiramis, y el tenor Prats, que con la Srita. Clara Oñate cantó el Miserere del Trovador.

Al día siguiente, Gaztambide, aprovechándose de que el fracaso de la Civili dejaba vacío el Nacional, anunció un nuevo abono de doce funciones, á que dió principio el 27 con La Cisterna Encantada. Siguieron á ella Los Dioses del Olimpo, La Hija del Regimiento, Galatea, La Conquista de Madrid, Un Sarao y una Soirée, estrenada el 5 de Setiembre; Luz y Sombra, El Diablo las carga, Campanone, El Joven Telémaco, Una Vieja, El Loco de la Guardilla, y alguna otra. Para despedida definitiva, esa Compañía dió en la noche del 19 del dicho Setiembre, Galatea y el segundo y el tercer acto de Los Dioses del Olimpo. Nada tengo que decir de ese último abono de Gaztambide, sino que las desnudeces de Galatea y el Can-cán de los dioses, volvieron á ser aplaudidos con el entusiasmo de siempre, y que la Empresa se marchó renegando de no habérsele ocurrido al venir á México traer otras obras de Offembach.

En 26 de Setiembre el violinista Eusebio Delgado, que hacía algunos años habíase marchado á Europa con el objeto de perfeccionar sus estudios, se presentó en el Nacional en una función á su beneficio, y ejecutó varias difíciles piezas, que le valieron grandes aplausos. El 30, en el mismo teatro cantaron ante mínimo público la Norma, la prima donna Angela Chioni, Emilia Serrano, Grau, Loza,

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