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en el asunto por mano de nuestros fiscales lo que os parezca oportuno, oyendo á los ayuntamientos, diputados y personeros del común, y otras personas celosas é inteligentes, sobre el modo práctico que, haya en cada paraje, para formalizar con acierto el juicio comparativo en las oposiciones, proponiendo el número de maestros pasantes y repetidores que les deben ayudar, sus salarios y emolumentos; en inteligencia que se les deberá contribuír con el que. antes de ahora, daba el respectivo pueblo sin novedad, y completar lo que faltase de las temporalidades ocupadas: informando también, donde se contemple preciso el establecimiento de una especie de casa de educación, seminario ó pupilaje, para los jóvenes que asistan al estudio, lo que, con tal separación de la Iglesia, deberá situarse en parte del colegio ó casa de los regulares, y aún á ser posible la habitación de los maestros seculares, sin perjuicio de dar destino á lo restante, exponiendo todo lo demás que os favorezca digno de la noticia de nuestro Consejo, á fin de que recaigan con el debido conocimiento las providencias oportunas, para promover sólidamente la enseñanza pública en esta parte: Todo lo cual lo ejecutareis y hareis se practique bien y cumplidamente, sin interpretación, contemplación ni omisión alguna, por ser así nuestra voluntad: y que al traslado impreso de ésta nuestra carta, firmada de Don José Payo y Sanz, nuestro escribano de Cámara, honorario del Consejo, con destino al Extraordinario, se le dé la misma fé, y crédito que al original. Dada en Madrid á cinco de octubre de mil setecientos sesenta y siete.-El Conde de Aranda.-Don Pedro Colón.-Don Andrés Maraver.-Don Pedro de León y Escandón.-Don Bernardo Caballero.»

«Yo, Don José Payo y Sanz, escribano de Cámara, honorario del Consejo, la hice escribir por su mandado en el Extraordinario. -Registrada.-Don Nicolás Verdugo.--Teniente de Canciller

mayor.>>

V

De acuerdo con lo que en esta cédula se disponía, el presidente de Chile Don Antonio Guill y Gonzaga destinó algunas piezas de las casas secuestradas á los jesuítas en Santiago, para que funcionaran en ellas las escuelas que debían abrirse al público.

Estas piezas estaban situadas, una en el edificio del colegio Máximo de San Miguel, con su entrada frente á la espalda de la iglesia Catedral, y la otra en el Convictorio de San Francisco Javier (hoy Palacio de los Tribunales) con su puerta de entrada, dando frente á la calle Atravesada de la Compañía (hoy de la Bandera).

No era tarea fácil encontrar un maestro adecuado para llenar estas plazas. Guill y Gonzaga, se dirigió á las órdenes religiosas de la capital, con el objeto de que le procuraran un sujeto de saber y virtudes suficientes para ejercer el profesorado.

Con el objeto de estimular á las personas á la enseñanza, el cabildo de Santiago había votado la suma de quinientos pesos para subvencionar dos maestros con doscientos cincuenta pesos anuales cada uno y á más con otros veinte pesos, destina dos á la compra de los libros y útiles nesesarios para atender á los alumnos menesterosos.

Por fin, la Orden de N. S. de la Merced proporcionó á fray Julián del Rosario, lego, pasante de novicios, quien dotado de alguna inteligencia y de un carácter suave é insinuante, estaba llamado al profesorado. Fray Julián inauguró su escuela en julio de 1768 en la pieza del Convictorio de San Javier, y desde el principio alcanzó á contar con un regular número de alumnos. En 1770 ejercía aún el magisterio de esa escuela y ese año se presentaba al cabildo cobrando el segundo tercio del segundo año de profesorado y exponiendo que contaba en sus aulas cincuenta y seis alumnos.

El sueldo de 270 pesos anuales de que gozaba fray Julián del Rosario, se le cubría por terceras partes, cada cuatrimestre, ó más bién dicho debía cubrírsele, porque la verdad es que estos pagos nunca fueron puntuales, teniendo siempre que ocurrir al gobierno superior para que los cabildantes le pagasen. Cuatro solicitudes iguales de esta especie se registran en uno de los volúmenes del archivo de la antigua Capitanía General. La primera es de fecha 18 de mayo de 1769 y solicita en ella el pago del tercer tercio del primer año. Las otras son de fecha 23 de agosto, de 12 de octubre de 1769 y de 16 de enero de 1770.

En el informe que dá el procurador general de ciudad, Don Pedro de la Sota, en la última de estas solicitudes, pide se den á fray Julián del Rosario, treinta pesos más con el fin de hacer ciertas refacciones en el exterior é interior de su escuela, pues se hallaba amenazando ruína. El cabildo dió esta suma y con ella se atendió á las mejoras que había que hacer.

La otra escuela habilitada en una de las piezas del colegio de San Miguel, sólo empezó á funcionar algunos meses después de abierta al público la del Convictorio de San Javier.

VI

El 15 de diciembre de 1768, presentóse al supremo gobierno una solicitud, suscrita por Don José Ruiz de Rebolledo, ofreciendo una información de mérito, vida y costumbres, con el objeto de obtener el permiso necesario para abrir una escuela, en la que se proponía enseñar á la juventud por un método nuevo, que aseguraba traería excelentes resultados.

El 24 de agosto de ese año había fallecido Don Antonio Guill y Gonzaga, que desde 1762 ejercía el cargo de Presidente y Capitán General del reino, y al presentarse la solicitud de Ruiz de Rebolledo aún no había sido provisto este cargo en propiedad, desempeñándolo interinamente el oidor decano de la Real Audiencia, Don Juan de Balmaceda Zenzano. (El sucesor en propiedad de Guill y Gonzaga, Don Agustín de Jáuregui, sólo vino á hacerse cargo del gobierno en 1773, después del interinato de Don Francisco Javier de Morales que gobernó tres años desde 1770.)

Ruiz de Rebolledo era natural de Castilla la Vieja y había hecho sus estudios en Madrid, donde alcanzó á desempeñar durante dos años (desde 1762 á 1764) el puesto de pasante en una de las escuelas reales de la villa. En su solicitud al presidente, hacía valer todas estas circunstancias y prometía enseñar en la escuela que abriría «á leer, escribir, contar y catecismo con arreglo á los últimos adelantos hechos en Madrid.» (1)

El presidente interino proveyó esa solicitud pidiendo informes · al procurador general de ciudad, puesto que era desempeñado por Don José Antonio Badiola, y al fiscal de la Real Audiencia, Don José de Santiago Concha. Ambos informaron favorablemente la solicitud, exponiendo que creían no sólo útil, sino necesario, el establecimiento de una escuela ya que con la expulsión de los jesuí tas se habían clausurado las que éstos tenían en la capital.

(1) Se registra el expediente sobre la solicitud de Ruíz de Rebolledo en el volumen número 567 del archivo de la Capitanía General, en la Biblioteca Nacional.

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El procurador Badiola exponía además que creía posible que el cabildo de la ciudad contribuyera á este laudable fin con fondos de sus propios y pedía que el gobierno cediera con el objeto de instalar convenientemente la escuela, algunos de los cuartos de arriendo que poseía el antiguo colegio máximo de San Miguel, de los jesuítas expulsos, situado en el espacioso local ocupado hoy por el palacio del Congreso.

Pocos días después, el 24 de diciembre de 1768, expidió el presidente Balmaceda un decreto, nombrando maestro de escuela de primeras letras á Don José Ruiz de Rebolledo, y permitiéndole abrir aulas de estudio en la capital, siempre que no se opusiera á esto el obispo de la diócesis, á quien se comunicó esta resolución. La silla diocesana era ocupada entonces por el Iltmo. Señor Don Manuel de Alday y Aspée, que había sucedido á Don Juan González Melgarejo eu este cargo. Al tener conocimiento de la pretención de Ruiz de Rebolledo, á quien conocía de antemano, le prestó un decidido apoyo, y aun le ayudó personalmente en la instalación de su escuela.

Empezó ésta á funcionar desde el año siguiente, y aunque con escaso número de alumnos al principio, poco á poco fué incrementándose y alcanzando mayores frutos

Véase á propósito de esta escuela lo que se dice en el capítulo VIII al tratar de la escuela de la «Purísima Concepción», nombre que le dió á ésta el sucesor de Rebolledo, Don Francisco Javier de Muñoz.

VII

El barrio de ultra Mapocho no contaba á fines del siglo pasado con otras escuelas que una de un particular y las que en sus conventos tenían los recoletos Domínicos y Franciscanos.

La escuela particular funcionaba en una vieja casa situada al comienzo de la Cañadilla. Era regentada por un antiguo comerciante al pormenor que, aburrido sin duda de la ingratitud de su negocio, realizó todos sus haberes, compró esa casita y se dedicó á la enseñanza de las primeras letras.

Llámabase éste, Don Pedro Pablo de Muñoz y su tienda de tra pos y botones establecida á la bajada del puente de Cal y Canto, la traspasó en 1796 á un Don Juan Aguirre que continuó el co

mercio por su cuenta; quedando así Muñoz en libertad de dedicarse al profesorado.

Según se desprende de una solicitud presentada al cabildo en 1801 para que se le diera una subvención, él había educado por término medio al año veinticinco alumnos á los cuales cobraba solo un estipendio mensual de cincuenta centavos, no alcanzándole esta suma ni para satisfacer sus propias necesidades ni mucho menos para ayudar á los alumnos de solemnidad que tenía y cuyo número en ningún tiempo había bajado de seis. Á estos muchachos pobres, no sólo educaba Muñoz gratuítamente, sino que los proveía de cartillas, papel, tinta, plumas, etc.

A pesar de hacer valer estas circunstancias y algunas otras, sobre sus méritos personales y servicios, no consiguió que el cabildo le diera subvención alguna, y lo único que obtuvo fué que se le dieran gratuítamente algunas bancas viejas y mesas, de una de las escuelas, que había cambiado su mobiliario, dejando éstas por inservibles. El donativo del cabildo, aunque insignificante, fué reci. bido por Muñoz con palabras del mayor agradecimiento.

VIII

En febrero de 1809, presentóse al Capitán General del Reino, una solicitud suscrita por Don Santiago Lincoguru, pidiendo permiso para abrir una escuela de primeras letras en el barrio de la Cañadilla.

Desempeñaba entonces el puesto de Capitán General, el brigadier Don Francisco Antonio García Carrasco, á quien como el militar de mayor graduación en el reino, tocaba desempeñar este puesto en la vacante ocasionada en febrero del año anterior por la muerte de Don Luis Muñoz de Guzmán. Gareía Carrasco era el hombre menos á propósito para resolver por sí mismo una solicitud de esta especie, y la remitió al cabildo al día siguiente de presentada.

Don Santiago Lincoguru, era un indígena, araucano, ex-alumno del Seminario de Naturales de Chillán, donde hizo sus estudios completos, durante diez años, hasta quedar en aptitud de tomar carrera. Sus padres eran el cacique Don Francisco Coñueguru y Doña Juana de Sandoval, hija de Don Carlos Sandoval, gobernador de Tutuz,

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