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mente con un parco mayor y diariamente con recortes de hostias, bocado codiciado aún hoy mismo entre los muchachos de las escuelas parroquiales.

Los Veedores

La inspección de la conducta y buenas maneras de los alumnos, tanto en la escuela como fuera de ella estaba al cuidado de dos de ellos que tenían el título de Veedores.

Sus funciones eran idénticas á las de nuestros actuales Inspectores; uno de ellos se llamaba interno, por cuidar á los niños dentro de la escuela, en contraposición al que los vigilaba en la calle que se denominaba externo.

Sus trabajos eran también premiados con un parco.

El Bedel

El Bedel vigilaba el estudio y planas, cuidando de avisar cuando no estuvieran buenas 6 cuando hubiera que repasar á alguno su jección.

Su insignia era un puntero, para las explicaciones del profesor que debía el guardar y cuidar de pasárselo cuando lo necesitare.

El Cruciferanio

El encargado de llevar la cruz alta, cuando los alumnos salían á misa ó remates y de cuidar de que las bandas marcharan separadas y en buen orden, llamábase Cruciferanio.

Los Porteros

Dos muchachos tenían el encargo de revisar á la puerta de la escuela si los colegiales iban á las aulas con las manos y la cara

limpias y de cuidar que en los bolsillos no llevaran barajas, trompos, tabaco, botones, etc., todo lo cual, como objeto de contrabando, caía en comiso al introducirse en ella.

Estos recibían el nombre de Porteros, y sin diferenciarse de los actuales, solían muy amenudo hacer la vista gorda para dejar pasar la mitad del contrabando; de modo que nunca faltaba en las escuelas ni tabaco, ni botones, ni trompos, ni barajas.

V

Á las escuelas públicas acudían los niños de todas las clases sociales. Regularmente las horas de asistencia eran en la mañana de 8 á 11 y en la tarde de 2 á 5.

Mucho se ha exagerado la división de los muchachos dentro de la escuela y la distancia que separaba á los hijos de las personas pudientes de los pobres hijos del pueblo. Lo cierto es que esta división no era marcada entre los alumnos, y, salvo algunas excepciones reconocíase siempre la superioridad de la viveza infantil ó de la contracción en el estudio.

De acuerdo con las ideas de la época, dentro de la escuela sentábanse aparte los niños de familias acomodadas y los de aquellos que por la humildad de su nacimiento y sus cortos recursos ocupa ban un rango inferior.

Un cronista (1), que frecuentó las aulas públicas de Santiago bajo el régimen de la era colonial dice á este respecto lo siguiente:

«La escuela estaba dividida en dos secciones, no por el grado de adelantamiento, ni por la clase de estudios, sino por la categoría social á que pertenecía el niño. Los más distinguidos en este sentido ocupaban los dos lados del salón más próximos al maestro, que tenía su asiento en la testera. Los menos favorecidos de la fortuna tenían lugar, también á ambos lados á continuación de la primera clase.>>

Sin entrar á discutir la conveniencia de esta división parece sin embargo natural y justo que estuvieren separados los niños que bebían en sus hogares distintos ejemplos, costumbres, educación, hábitos de aseo, etc., y que sus padres exigieran esta división como garantía de la enseñanza y modales que iban á adquirir sus hijos, destinados á figurar en una categoría distinta.

(1) El ya citado Don José Zapiola. «Recuerdos de treinta años.»

Actualmente á pesar del avance de las ideas democráticas existe en todas partes; en la escuela, en el club, en los paseos, en sociedad, la misma división que tanto se censura.

Sin embargo, el mismo escritor cuyo párrafo se trascribe más arriba, se encarga de desvanecer los principales móviles de esa división, y de demostrar que ella se fundaba también en otras el sólo nacimiento ó fortuna de los niños.

causas que

«Un día, dice, en que, según nuestros recuerdos, habíamos hecho cierta travesura, nos dirigió fray Antonio (1) estas palabras:Z.... pase Ud. á la segunda! Al recibirnos, añade, en la escuela el maestro nos había colocado en la primera, á causa, sin duda, de vernos con medias y decentemente vestidos; pero es probable que algún soplón pusiera en su noticia que el tal Z.... no pertenecía al orden ecuestre y que debía ir á la segunda al lado de los suyos.>>

Parece extraño que el que eso escribió atribuyera esta resolu ción á su humilde origen, después de referir que se le cambió de sitio á causa de cierta travesura.

Los maestros de escuelas tenían prohibición absoluta de admitir negros ó zambos entre sus alumnos. Á mediados de 1804, el jefe de una familia pudiente que tenía varios hijos en una escuela de esta capital, acusó criminalmente al preceptor de tener un negritɔ en la escuela, y después de expulsarse á éste, el preceptor fué suspendido de su cargo por un año.

En la lista de los muchachos que presentaban cada trimestre los preceptores daban el título de Don á los niños de la primera, y ninguno á los de la segunda. Los padres de los de la primera pagaban mensualmente al maestro por la educación de sus hijos; para los demás era gratuíta.

(1) Fray Antonio Briceño, lego mercedario, que regentó hasta 1814 una escuela en la calle de la Catedral; la que trasladó después á la calle de la Merced. Fray Antonio es muy recordado por su firmeza en los castigos que imponía á sus alumnos, la que llegaba á rayar en crueldad, y por cuyo motivo fué suspendido varias veces de su destino. Su austeridad y buenas costumbre eran proverbiales y su estrictez en el aseo, llegaba á la exageración.

Don Benjamín Vicuña Mackenna en su «Historia de Santiago» habla detalladamente de fray Antonio y de su escuela.

Era sin embargo, prohibido en absoluto á los alumnos, fuesen de la clase que fuesen, el tratar á los demás de tú ó de vos, siéndoles sólo permitido el usted. El que designaba á otro con algún sobre-nombre ó apodo era castigado severamente.

VI

A más de esta división, en las escuelas de esa época, había entre los alumnos otra que los extimulaba ya en sus trabajos, ya en sns juegos y que formaba en cada escuela dos partidos distintos. Tales eran las bandas de Roma y Cartago, nombres que se daba á dos partidos opuestos de la escuela, y que hasta ahora se conservan en algunos colegios.

Los Romanos y los Cartagineses, se sentaban aparte, y se extimulaban mútuamente á la superioridad en los juegos escolares y en las Mercolinas ó Sabatinas, (certámenes que tenían lugar en estos días de la semana).

Llamábanse también Banda de Santiago y Banda de San Casiano en otras escuelas y estas distinciones tenían el mismo objeto que las anteriores.

Era frecuente por entonces que el espíritu de partido entre estas bandas llegara hasta formar verdaderos alborotos populares que ponían en conmoción á todo un barrio. Las guerrillas de piedras eran tan comunes entre los colegiales que casi día á día tenían lugar, sin que la autoridad interviniera en ellas para interrumpirlas. Baste decir que el sitio elegido para les combates era la calle de San Antonio en la cuadra que queda entre la de las Monjitas y la de Santo Domingo y que los cuerpos de guardia estaban situados á menos de cuatro cuadras de distancia; dos en las Cajas Reales, ahora edificio de la Intendencia, y el otro en el Palacio Presidencial, hoy casa de Correos.

Otra guerrilla frecuente entre los muchachos más pobres de las escuelas y entre los vagabundos de entonces era la de ojotas, la que se hacía en los costados de la Plaza de Abastos (que ocupaba la parte oriente de la plaza de Armas, hoy portal y galería San Carlos; con las ojotas viejas que dejaban allí los que iban á comprar

nuevas.

La venta de éstas se hacía en el lado norte de la plaza frente al Palacio Presidencial y Cajas Reales, á orillas de una acequia que,

cubierta en toda su estensión por lozas de piedra, corría por entonces á cinco metros de distancia de la pared.

La principal rivalidad en las bandas de las escuelas bien organizadas, consistía en el éxito de los remates ó certámenes semanales que celebraban entre ellos. Las guerrillas de piedras y ojotas, sólo tenían lugar entre los más miserables de los alumnos, que en esto querían imitar á los Santiaguinos y Chimberos que todas las tardes, río por medio, se daban de piedras. Llamábanse Santiaguinos, los rotos que vivían al lado sur del río y Chimberos los de ultra-Mapocho. Falta decir que el objeto de este brutal ejercicio era hacer gala de valentía en presencia de los caballeros, señoras y familias, que en gran número concurrían en las tardes al único paseo frecuentado de la ciudad: el Tajamar, los que, por supuesto, reprobaban grandemente esta barbarie.

VII

Por aquellos tiempos estaba en todo su vigor y era acatado como salido de los Evangelios el principio de que: «La letra con sangre entra»; y de acuerdo con esta máxima cruel los pobres colegiales era castigados sin piedad.

Los castigos usados en las escuelas eran muy diversos según la mayor ó menor gravedad de la falta. Los más comunes eran los palmetazos, los guantes. los azotes, el encierro, la postura de rodillas, (con ladrillos en las manos y en cruz ó sin ellos) sin escasear tampoco los coscorrones, tirones de oreja, palmadas, coscachos, etc.

Los instrumentos de estos castigos eran la palmeta, el guante, el chicote y dos ladrillos á fuego, que servían cuando estaban desocupados para atrancar las puertas.

La palmeta era una tablilla redondeada, con mango y de una sola pieza; estaba llena de pequeños agujeros, destinados á aumentar la sensación dolorosa del golpe. Los palmetazos se aplicaban en la palma de la mano y su número variaba, con la falta cometida.

El guante era formado por pequeños entorchados de cordel de cáñamo, atados á una soga que servía para manejarlo. Algunos eran también de cuero. Los había de varios ramales ó entorchados, y el número de éstos variaba entre dos y quince. Se daba con ellos, como con la palmeta, sobre la palma de la mano; y cuando

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