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se haga ver al padre guardián fray Gil Calvo, lo que resulta de este expediente á fin de que tenga más cuidado en sus informes para no ocupar inútilmente la atención de V. S. y procure aplicar todo su celo y vigilancia en hacer que se observen puntualísimamente el reglamento y consueta del colegio para evitar por este medio el que S. M. esté gastando inútilmente, sin lograr sus benéficas intenciones, pues hasta ahora, después de más de 18 años que hacen está establecido este colegio en Chillán con dispendio de cerca de cuarenta mil pesos del real erario, no se ha logrado otro fruto que el de dos indios clérigos, otros dos regulares y unos cuantos que han aprendido oficio y de estos últimos luego que acabaron su aprendizaje, nada se sabe de ellos y menos de los que se han vuelto á sus casas.

Pedro Lurquín».

Santiago de Chile, á 30 de octubre de 1804».

Con el mérito de los informes citados y especialmente el del obispo Roa y Alarcón, el presidente expidió el siguiente decreto, para que se llevara á efecto lo pedido:

«Santiago, 23 de noviembre de 1804.

Vistos: Y defiriendo de los informes que anteceden dispóngase la traslación del indio seminarista de Chillán, Don Santiago Lincoguru, á esta ciudad para el fin que se expresa.-Muñoz.-Licenciado Díaz de Valdés».

Tal era el personaje que se presentaba á García Carrasco solicitando licencia para abrir escuela. Traido á esta capital, Lincoguru alcanzó á estudiar filosofía y artes en los colegios de San Diego y la Recoleta Francisca y los primeros años de medicina en la real Universidad de San Felipe; pero sin duda á consecuencia de su mala salud, vióse obligado á cortar sus estudios, á mediados de 1808.

El cabildo, sin embargo, informó favorablemente en la solicitud de Lincoguru y éste alcanzó por fin, en los últimos dias del gobier

no de García Carrasco, en julio de 1810, el permiso necesario para abrir su escuela.

No se conserva, en los papeles consultados, dato alguno acerca de esta escuela, la que talvez se cerró luego, á consecuencia de los trastornos de la revolución de la independencia.

CAPÍTULO X

ESCUELAS DE SAN FELIPE (1)

SUMARIO.-I. San Felipe el Real.-Escuela de los Jesuítas y sus benefactores.— II. Solicitud del Procurador General de la villa.-III. Notas é informes.--Resolución de la Junta de Temporalidades. -IV. Reapertura de la escuela.-Don Ignacio de Recalde.-V. El sucesor de Recalde.-Don Joaquín de Simancas.

I

La ciudad de San Felipe fué fundada en 1740 por el presidente Don José Antonio de Manso y Velazco, conde de Superunda, quien le dió el título de San Felipe el Real, en honor de Felipe V, por entonces rey de España.

Un caballero español dueño de valiosas propiedades en el país, Don Andrés de Toro Hidalgo Mazote, cedió graciosamente con este objeto una parte de sus tierras, y sobre ellas empezóse la construcción de los cimientos de la nueva ciudad. Las reales cédulas de 10 de mayo de 1743 y 29 de junio de 1749, aprobaron esta fundación y confirieron el título de villa á la nueva población.

De los primeros en establecerse en ésta, fueron los jesuítas, á quienes había donado una hija de Don Andrés de Toro, llamada Doña Isabel, una hacienda nombrada San Juan Francisco Regis, con la precisa obligación de destinar cierta parte de sus productos al sostenimiento de una escuela en que se enseñara á los muchachos pobres la gramática y primeras letras.

(1) Muchos de estos apuntes son tomados de un expediente sobre dotación de un maestro de primeras letras en San Felipe, inserto en el volumen 956 del archivo de la Capitanía General. Sección de Manuscritos de la Biblioteca Nacional,

En la distribución que se hizo de los solares habían obtenido los jesuítas una de las manzanas laterales de la plaza, y en ella, inmediata á su vivienda, construyeron piezas y abrieron su escuela que principió á funcionar en 1743.

Las rentas de las escuelas habían aumentado ya con otras do naciones que permitieron darle cierta importancia y comodidades; y proporcionar á los educandos todos los libros y utensilios que necesitaban para su enseñanza.

Estas donaciones fueron, una de cien cuadras de tierra, hecha en 1741 por Doña Luciana de Tello, y otra de algunos ranchos, alfalfares y terrenos de cultivo, hecha en 1742 por Don José de Rojas.

La escuela funcionó con toda regularidad hasta la expulsión de los jesuítas en 1767, con cuya ocurrencia tuvo que cerrarse por falta de maestros.

En los veinticinco años que funcionó esta escuela alcanzaron á educarse más de quinientos alumnos, y uno de ellos, el presbítero Don Juan José Orrego, en un informe que dió algunos años después, dice que en su tiempo concurrían á las aulas más de cuarenta alumnos, muchos de los cuales alcanzaron con el tiempo á desempeñar puestos importantes en el reino.

Por espacio de cerca de veinte años, después de la expulsión, la escuela permaneció cerrada; ya por falta de maestros, ya porque la suma que había asignado el cabildo para su sostén (cien pesos anuales) fuera demasiado exigua para tentar á alguno á estable

cerse.

II

Sea como fuere, el 24 de junio de 1786 el procurador general de la villa, Don Pedro Marcoleta, dirigió al corregidor de ella una solicitud en que hacía presente esta falta y pedía su pronto remedio.

Inserta á continuación va esta nota que reasume los trabajos hechos al efecto de abrir una escuela. Dice así:

«Señor Corregidor:

El procurador de esta villa, como más haya lugar en derecho, parece ante V. Md., y dice: Que siendo entre las obligaciones de su

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