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rior de la Recoleta Domínica impreso en la misma casa y que se conserva expuesto en los estantes del Museo Bibliográfico de la Biblioteca Nacional de Santiago.

La carencia de imprenta, la falta de comunicación frecuente con la metrópoli, y la restricción impuesta por el sistema colonial al comercio de libros, hacía que fuera casi imposible uniformar los textos de enseñanza.

Ya se ha dicho algo & este respecto al tratar en especial de las clases de lectura, escritura y gramática.

Aparece sin embargo perfecta constancia de que los silabarios y catones porque se estudiaba en las escuelas eran iguales. Los cabildos debian tener cierta cantidad de ellos en depósito, pues que cuidaban de remitirlos a los maestros en cantidad suficiente para los alumnos menesterosos.

En 1771, Carlos III, rey de España, ocupándose de reglamentar las escuelas y en cédula de fecha 11 de julio, trae el siguiente acápite «Artículo 10. Y para que se consiga el fin propuesto, á lo que contribuye mucho la elección de los libros en que los niños empiezan á leer, que habiendo sido hasta aquí de fábulas pías, historias mal formadas ó devociones indiscretas, sin lenguaje puro ni máximas sólidas con las que se deprava el gusto de los niños y se accstumbran á locuciones impropias, á credulidades nocivas y á muchos vicios trascendentales á toda la vida, especialmente en los que no adelantan ó mejoran su educación con otros estudios, mandamos que en las escuelas se enseñe á más del pequeño fundamental catecismo de la diócesis, por el Compendio histórico de la Religión de Pintón, el Catecismo histórico de Fleuri, y algún otro compendio de la historia de la nación, que señalen respectivamente los corregidores de las cabezas de partido con acuerdo ó dictamen de personas instruidas y con atencion á las obras de esta última especie de que fácilmente se pueden surtir las escuelas del mismo partido, en que se interesará la curiosidad de los niños y no recibirán el fastidio é idea que causan en la tierna edad otros géneros de obras.» (1)

VII

Las escuelas públicas de mugeres no fueron conocidas durante

(1) Esce acápite de la Real Cédula de 11 de julio de 1771 se ha transcrito de a nota 1.a del capítulo 27 de la parte 5.a de la «Historia General de Chile» de D. Diego Barros Arana (vol. 8.0. pág. 488.)

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la colonia; no obstante, es falso que éstas, por falta de cscuelas públicas, dejaran de adquirir alguna educación. En la mayor parte de los conventos de monjas de la capital, educábanse gran cantidad de las niñas, destinadas después á figurar en una sociedad culta.

Cierto es que esta educación se circunscribía á las nociones elementales del saber; á algunos ramos de adorno y á una instrucción religiosa; pero no es menos cierto que estos eran entonces los únicos conocimientos necesarios á una joven destinada a vivir en el seno del hogar para cuidar la casa y sus hijos.

Un historiador contemporáneo, hablando de la educación que se daba á las mugeres en la época colonial, trae el siguiente acápite:

«Los viageros europeos que conocieron la sociedad chilena en los últimos años de la colonia y en la época de la revolución, celebran llenos de efusión la hospitalidad sincera y sencilla de las familias, la virtud de las mugeres de las altas clases, su ingenio natural, su habilidad para la música y la danza y la suave amenidad de su trato, pero deploran su falta de todo cultivo intelectual.>>

Aún sentada la veracidad de esta aserción ¿qué elogio mejor puede hacerse de una mujer que el que ella consigna? Si tenían buen trato, caridad, algunas dotes de amenidad artística y estaban adornadas de las altas virtudes que forman la belleza de este sexo ¿podía echarse de menos la falta de esa erudición innecesaria que las hubiera constituido en Mari-sabidillas sin sezo?

Pero ésta no es la verdad; y cuando más, puede que sea una que otra escepción. Por lo general, las hijas de las familias pudientes adquirían todos los conocimientos necesarios para la vida á que se las destinaba, y aún hubo algunas, como doña Tadea García de la Huerta, más conocida con el nombre de sor Tadea de San Joaquín, monja profesa del Carmen de San Rafael, autora de un extenso romance octosílabo sobre la inundación del Mapocho en 1783, cuya erudición y talento ha tenido hasta la fecha bien pocas imitadoras.

Ni respecto á la educación, ni á las costumbres, puede tomarse como fuente segura para aseverar un hecho las noticias confirmadas por los viajeros en sus relaciones. Dicen éstos tantas manifiestas mentiras y tantos errores de apreciación y de hecho, que sus datos no son dignos de ser tomados en consideración, sin verlos comprobados por otro. La mejor prueba de ésto es que no se

encontrará dos versiones iguales en las numerosas relaciones de viajeros que corren impresas.

Generalmente consignan como verdades ó costumbres usuales hechos aislados, que no pudieran apreciar bien, de acuerdo con las prescripciones más elementales de la filosofía.

El mismo historiador, cuyo párrafo se cita más arriba, trascribe el siguiente acápite del viajero Vancouver, que estuvo en Chile en 1795. «No sin pena observé que en Santiago de Chile la educación de las mujeres es de tal modo descuidada que entre ellas solo un pequeño número sabía leer y escribir. Algunas quisieron poner sus nombres por escrito para que pudiéramos pronunciarlos más correctamente, y los escribían con unas letras grandes; pero eran pocas las que podían hacerlo.>>

Cualquiera puede serciorarse prácticamente de la falsedad de esta aserción, consultando las mil ó más firmas diferentes de mujeres de esa época, que constan de los espedientes tramitados en la Real Audiencia y otros tribunales del reino, y las numerosas cartas privadas de familia que muchas personas conservan.

Probable es que las santiaguinas de entonces hubieran escrito sus nombres á Vancouver en letras grandes, con la misma ingenuidad con que los muchachos hablan á gritos á los extranjeros que no saben el castellano, para ser comprendidos.

Las mujeres pobres, parece ser verdad que carecían por completo de establecimientos en que se les enseñara gratuitamente. Don José Ignacio Zambrano, cura de la parroquia de San Lázaro, intentó á principios de este siglo establecer una escuela de mujeres, de primeras letras, contigua á la que esa parroquia sostenía para hombres; pero después de algunos meses de infructuosas tentativas tuvo que abandonar la idea.

El cura Zambrano regentaba la parroquia desde 1796 y gozaba de gran prestigio entre sus feligreses. Sólo debido á esto consiguió reunir en su escuela algunas niñas. Pero las hablillas y las críticas de todos, dejaron luego desiertas las aulas de la escuela de mujeres. (1)

(1) Ya que no me ha sido posible obtener una biografía de este virtuoso sacerdote, pongo aquí una copia de la lápida 'sepulcral que se conserva aún en el Cementerio General de Santiago y que debo á la amabilidad del presbítero Don Luis Prieto. Dice así:

«D. E. P.—D. José Ignacio Zambrano, párroco celoso de la enseñanza de los niños pobres. Destinó sus bienes á la escuela y capilla de la Esperanza, que el mismo había fundado. Murió, predicando, de edad de 73 años, el 3 de mayo de 1838.»

VIII

El reino de Chile estaba entonces dividido en dos obispados, con asiento respectivamente en Santiago y Concepción.

Para el régimen eclesiástico estos se dividían en parroquias ó doctrinas, al cargo de un cura, nombrado por el Capitán General, á propuesta en terna de los cabildos eclesiásticos.

Como en todas estas parroquias, con raras excepciones, se sostenía alguna escuela de primeras letras, no será fuera de lugar consignar aquí la estadística de ellos á fines de la era colonial. Esta lista, probablemente, no será tan completa como fuera menester, sin embargo de haberse formado con la escrupulosidad posible. En ella se tomará como base de partida el año 1785, con los cambios que después hubieren experimentado.

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Santa Ana......

San Lázaro......

4,300 4,404

El Sagrario.......... Don Nicolás Morán y Don Gregorio Badiola en 1806

San Isidro.........

Renca..
Colina....
Quillota...
Valparaíso..

Nuñoa
Peumo

era Don Ignacio Irigoyen.......

Francisco Cruz; en 1803, Don Vicente Aldunate.
José Antonio Errázuriz, que mantuvo á su costa la
escuela de primeras letras, después fué Don José
Ignacio Zambrano.

Manuel Herrera; en 1806, Don Antonio Basilio
Escobar ......

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112

Mateo Marigorta; en 1806, Don José de Espinosa
Manuel Vargas; en 1806, Don José J. de Garro.
Francisco Javier Palomera; en 1806, Don José
Donoso y Arcaya............................

2,000

6.200

3,527

Ignacio Grez.

Antonio Zúñiga, permaneció hasta después de

1806.

Pedro Pablo Carrera, en 1806, Don José Ignacio
Cienfuegos.

Talca....

Rapel......

José Antonio Briseño.

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