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cular, sus padres Don Manuel de Lago y Doña María Rodríguez eran de notoria hidalguía, limpieza de sangre y gente honrada á carta cabal.

En 1795 presentóse Lago al padre provincial del convento de San Agustín de esta capital, fray Francisco Javier Tapia. exponiendo sus descos de ingresar en esa Orden y fué admitido en él en calidad de novicio. Pero el mal estado de su salud, sus cortos años y su debilidad, no le permitieron soportar el rigorismo de la Orden sinɔ durante ocho meses; al cabo de los cuales, salió de allí, acompañado del sentimiento que al verlo partir experimentaron todos sus compañeros.

Lago asistió entonces durante algún tiempo en calidad de enfermero en el hospital de San Juan de Dios, y de ahí hizo sus estudios y concluyó su carrera eclesiástica, á la que lo llamaban ardientemente sn devoción, su humildad y sus descos de ejercer la caridad.

En mayo de 1797 fué nombrado notario eclesiástico de la doctrina de Nancagua, cargo que desempeñó durante más de un año y medio. Allí en Nancagua fué donde principió á ejercer el preceptorado.

Notando la cantidad de niños que tanto ahí, como en las inmediaciones había y que se criaban sin tener las más elementales nociones de saber y de religión, concibió el proyecto que puso inmediatamente en práctica, de fundar una escuela para instruirlos en las cosas de la religión y enseñarles á leer, escribir y contar. Con el eficaz auxilio del cura de la parroquia, Lago llevó á cabo su obra, en medio de los aplausos de todos los feligreces de ella.

En una información que hizo levantar Lago, para hacer conocer sus méritos y aptitudes como maestro, declaran seis vecinos de la localidad, cuycs hijos habían asistido á ella, que Lago había logrado en el corto espacio de un año sacar á más de treinta infelices de las oscuras tinieblas de la ignorancia.

Eran éstos Don Agustín Rodríguez, Don Fermín Meneses y Don José Fernández Sanfurgo,, jueces celadores de la doctrina, el teniente-notario, Don Honorato Meneses, el alcalde Don Justo Lorenzo Cerpa y el ministro celador Don Agustín de la Barrera, quien declara que «en treinta años atrás no ha visto á persona alguna que haya sacado tanto fruto de la enseñanza como Don Manuel Lago.>>

II

Á fines de 1799 acompañaba Lago, en calidad de sota-cura, á Don Antonio Basilio Escobar, cura rector de la parroquia de San Isidro. Apenas llegado al curato, todos los vecinos, sabedores de sus méritos é ilustración, le rogaron que abriese una escuela, diciéndole que haría en ello una gran caridad, pues sus hijos se vcían, por la distancia, privados de asistir á las de la Catedral que eran las más cercanas.

Lago accedió á esta solicitud y enseñaba en privado, en la parroquia á gran número de niños; pero habiéndosele después insinuado la idea de que se estableciera en público solicitando el permiso de la autoridad y alguna subvención, inició en este sentido sus gestiones en noviembre de ese año, presentando una solicitud apoyada por el cura Escobar y algunos vecinos al presidente del reino, Don Joaquín del Pino.

El presidente Pino pidió informes al Director General de Escuelas, puesto que era entonces desempeñado por Don José Santiago Rodríguez, acerca de la conveniencia en la fundación de esta escuela y de la idoneidad del presbítero Lago. El ductor Rodríguez no sólo informó favorablemente la solicitud, pidiendo se extendiera título de maestro de escuelas públicas á favor de Lago, sino que concluyó su informe solicitando se le asignase alguna subvención para su sostenimiento del fondo de las temporalidades secuestradas á los jesuítas en 1767, con motivo de su expulsión.

Pero á pesar de la justicia de esta última petición, la Junta de Temporalidades, compuesta á la sazón por los Señores Don Juan Antonio Cortés, Don Juan Antonio Valdés, Don Pedro de Cañas y Don José Ignacio Morán, se opuso á ella por tener ordenado el monarca español, según reales cédulas de 15 de agosto de 1784, 15 de enero de 1789 y posteriormente por la de 19 de septiembre de 1798, que por ningún motivo se distrajese parte alguna de los bienes de Temporalidades. Todos ellos habían quedado afectos á la obligación de subvenir á la escasa renta que anualmente se pagaba á los jesuítas expulsos, confinados en Roma, Bolonia, Génova y otras ciudades de la Italia.

Como un último apoyo gubernativo, solicitó entonces Lago se le permitiera poner el escudo real sobre la puerta de su escuela, para significar que tenía la aprobación del gobierno; pero aún es

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to le fué negado, por ser privilegio del soberano y de los establecimientos agraciados por él.

Por fin, en julio del año 1800, se le díó el permiso de abrir una escuela pública y se le expidió el título de maestro, cuyo tenor era el siguiente:

«Santiago, julio 10 de 1800.

Vistos: Con lo que han informado el Director General de Escuelas, Procurador de Ciudad, el Cabildo y Administrador de Temporalidades, y ha expuesto el Señor Fiscal; Concédese á Don Manuel Segundo Lago el permiso que ha pedido para poner en la parroquia de San Isidro, escuela pública de niños y enseñarles las primeras letras, con la calidad de que sólo ha de exigir estipendio de los padres de aquellos que sean pudientes y de ningún modo de los que no tengan con que satisfacerlo; y así mismo de que se ha de arreglar en su régimen y ejercicio á las instrucciones dadas por este superior gobierno; declarándose como se declara no haber lugar á la asignación de la renta que igualmente pide del Ramo de Temporalidades con este objeto, ni al escudo de armas que solicita fijar en la puerta de la referida escuela, respecto de estar aquélla prohibida por real orden de 15 de abril de 1784 y real cédula de 19 de septiembre de 1798 y ser dicho escudo una gracia privativa de las escuelas que se hallan dotadas por el soberano ó de las personas á quienes su magestad se digna concederlos por especial privilegio. Tómese razón de esta providencia en el mencionado cabildo y désele al interesado testimonio legalizado de ella para que le sirva de título en forma.-Pino.-Lic. Díaz de Valdés.-Ugarte.»

Provisto de este título empezó Lago á ejercer su magisterio, logrando en él alcanzar que su escuela fuese citada como modelo entre las de su especie

III

Continuó Lago desempeñando con toda constancia su puesto hasta fines de 1801 en cuya fecha contaba ya su escuela con 68 alumnos; pero la mayor parte de éstos eran muy pobres y nada pagaban al maestro, que muy luego se vió sitiado por hambre. Fué en esta época cruel y llena de necesidades, cuando Lago diri

gió una larga representación al Supremo Gobierno para que se le dieran certificados de su idoneidad y buena conducta.

El ánimo de Lago al solicitar estos testimonios de su constancia y saber, parece haber sido al principio el de hacer una solicitud al gobierno para que le cambiaran de destino; pero más tarde, viendo aquí desatendida su solicitud, dirigióla con otros comprobantes al rey de España. En este último memorial hacía notar también sus conocimientos en el foro, el latín, el griego y algunos rudimentos de ciencia médica, que también poseía, y que eran por entonces muy apreciados en la colonia, y concluía pidiendo algún otro puesto, aunque no fuera el de preceptor, pues él era, según decía, «apto para todo.»

Como todas las piezas de la información rendida por Lago desde su pedimento, hasta las declaraciones de los testigos propor. cionan datos interesantes, tanto para conocer el estilo y lenguaje literario de la época, como para conocer mejor la vida de este preceptor, se publican íntegros á continuación:

«Pedimento

Señor Provisor y vicario General:

Don Manuel Segundo de Lago y de Barcia: en la mejor forma que haya lugar en derecho, ante su Señoría parezco y digo: que para los fines que tuviesen lugar á mi favor en atención á las muy fatigadas tareas que tengo experimentadas de algunos años á esta parte en notoria y muy consabida proficuación del público así en esta ciudad de Santiago como en la Doctrina de Nancagua donde he fundado una escuela con vénia que para ello obtuve del Excelentísimo Señor Don Gabriel de Avilés; la que hasta la era presente se mira como tesoro por su fundamental arreglo, según el método que en ella piadosamente establece el menor interés sólo de servir al público en nombre de nuestro Rey y Señor natural; que atento á mis fuerzas pecuniarias no me ayudaban al servil deseo de su magestad (que Dios guarde) apliqué las personales dedicando mis tiernos años (veintiséis no cabales) en instruir á la juventud así en el conocimiento de las primeras letras, rudimentos de la fé y trato de la vida civil, en conformidad que llegaron

á informar los jueces, diputados y demás ministros de justicia, que no sólo habían visto; pero jamás oido decir de escuela de más proporción y desinteresada al público. En testimonio de ésto me remito á los autos obrados y archivados en el superior gobierno de que el notario mayor de esta audiencia puede informar.

Allí en aquella doctrina en que también serví de notario público en virtud del título que me libró este nuestro ilustrísimo Señor Diocesano, que Dios guarde, cumplí con el cargo de mi obligación impetrando para mejor, habilitación del Excelentísimo Señor Virrey á pesar de no omitir los desórdenes que comunmente se experimentan en las campañas por muchos motivos que reservo y V. S. no los ignora.

Con esta impetración hice muchos casamientos de limosna alcanzándoles á los impedidos todas las dispensas necesarias, que regularmente viven y habitan sin distinción, como perros; pues carecen del santo temor de Dios y por tanto sólo distinguen sus animales. Mi ejercicio de noche era enseñar la doctrina cristiana á los hombres y mujeres, especialmente los novios carccían de rccaudos hasta que supieran la doctrina correspondiente; consiguien temente hacía lo mismo sin la menor excusación ni pretesto con los niños, ya cantando la doctrina por las calles públicas para que los que por vergüenza no la aprendían la oyesen con más claridad ya en todas las cuadras, haciendo remates públicos adonde se juntaba á la novedad un tumulto de gente; ya á la puerta de la iglesia, particularmente los días festivos; ya, por conclusión, á la puerta de la escuela donde les esplicaba de verbo adverbum, de todo lo que saqué un producto cual tenían mis deseos y sin más interés que poner un testimonio de todo en las reales manos de su majestad (que Dios guarde) para que usando de su real benevolencia sə digne concederme aquel galardón que su innata piedad tuviese por gracia como lo espero de su paternal y entrañable corazón y más que de aquellos discípulos, mediante la educación, se hallan gobernando algunos y el que era corrector de juez del partido, no, trayendo á consideración los que tiraron por las armas, los que siguen curso de artes, los que salieron religiosos y otros varios ejercicics que suspendo. Pero no puedo menos que representar á V. S. el igual ejercicio que administro en esta ciudad de Santiago de Chile con una igual escuela que el corto canon de los discípulos no me sufraga para la may precisa alimonia para poder ejercer el empleo de preceptor según lo previenen las reales intenciones

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